"La idea era hacer un boleto escolar que se acercara a los niños. Me acuerdo que estaban mis hijos chicos y me inspiré en eso, en sus caritas cuando los veía estudiar. Dibujé el boleto y se lo ofrecimos a los empresarios. esa fue una creación mía." Así nació un clásico.
El que habla es Tomás Zúñiga, dibujante que trabaja en la Casa de Moneda de Chile desde 1975. Junto a Alejandro Inostroza, que llegó a la misma institución un año antes, fueron los anónimos responsables de convertir a los boletos de micro en una pequeña obra de dibujo y diseño.
Sus creaciones no se pueden apreciar en un museo, pero hay colecciones privadas, como la de Antonio Santander (34 años), que guardan su legado. Antonio no conoce personalmente a estos dibujantes ni sabe sus nombres, pero en su colección de 15.000 boletos guarda cada pequeña obra de ellos como un preciado tesoro.
"Los boletos de los 80 y mediados de los 90 son los más hermosos y de mejor calidad, porque es un papel más resistente que inclusive lo puedes lavar. Ahora los boletos no son muy buenos, hay mucha diferencia de tono y eso no pasaba cuando los hacía la Casa de Moneda. Ellos son la época dorada de los boletos."
Este es el comienzo del artículo de Marcelo Ibáñez, titulado "¿Quién les da boleto a los boletos?", publicado en la revista "Zona de Contacto" Nº 597 de El Mercurio, el viernes 25 de octubre del 2002 (páginas 1 y 2). O sea, hace más de seis años...
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nos dieron boleto